Dos horas caminamos
con el ataúd de mi padre
al cementerio,
llevado por sus amigos
y los hombres
que aún quedaban en mi familia.
En las manijas de la cabecera
iban los macizos
mientras que en los pies
el cajón tambaleaba un poco.
Rotaban unos con otros
hasta encontrar la ciencia del balance.
¡Hijueputa, pesabas más en vida!
gritaba mi tío
y papá adentro se cagaba de la risa.
Una procesión de trescientas personas,
muestra de nuestra adoración hacia él.
Ritual a seguir:
llorar, cantar,
tomar aguardiente
y darle de tomar
al cadáver.
No se sabe dónde
empezó la tradición,
en mi familia
viene de Suán,
ese pueblito recóndito del Atlántico.
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