En el piso de abajo el sufrimiento se extiende como el polvo,
resbala por los mosaicos, araña las paredes,
se escuchan gritos, lloros, los vecinos pelean.
Descanso en los puntos suspensivos del polvo que danza con la luz
y oigo un concierto;
me distraigo del dolor que me rodea
en el regazo de la luz que se trenza con el polvo:
en el piso de abajo, entre el sufrimiento, ¿el polvo juega con la luz?
Departamentos: el suelo de uno es el reverso del techo de otro,
las patas robustas de un sillón dejan caer su bovino sopor
en el envés de donde cuelga una lámpara.
Contigüidades, promiscuidades, distancias...
mientras yo escucho a Mozart los vecinos pelean:
imagino a Mozart y a su vecino; mientras uno compone
el otro se desgarra o vegeta ignorando
que a sus pies nace un manantial de vigilia:
¿Es el pesado sillón que desconoce la agilidad de la lámpara?
¿Quién sabe del vecino de Mozart?
¿Qué sabe el vecino de Mozart?
¿Qué sabe Mozart de su vecino?
(A la intemperie somos lo que el prójimo quiere,
a salvo de sus miradas, creaciones de las paredes.)
Departamentos: el tiempo que los acoge se llama mientras
y en este mientras cuántos tiempos diversos conviven.
Yo trato de escapar del tiempo de mis vecinos concentrándome
en la maravilla menuda del polvo y en la danza de notas.
Departamentos: como las aceras de una calle,
paralelas y opuestas, uno en la luz, otro en la sombra.
Una noche sufrí interminablemente
mientras en el piso de abajo todo dormía.
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