Me hubiese encantado
que mi madre
tuviera un amante,
que se negara,
como diría Maríamatilde,
a la dictadura de una sola cama.
Con más gusto
hubiera alimentado
a la yegua de mi padre
sin importar
lo que le costara a mis manos,
cortaría el pasto más virgen,
maíz tierno y panela pura,
todo lo necesario
para sus encuentros
en los matorrales
con su vestido blanco
y sus abarcas llenas de barro.
Lo lavaría todo a mano
para sentir su olor.
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